No siempre pasa que un libro de más de 50 años siga siendo vigente. Matar a un ruiseñor (1960) es un libro que habla de un Estados Unidos de América que sigue existiendo. La autora permaneció como un misterio y con un solo libro publicado durante casi toda su vida, hasta que en 2015 se publica por fin un libro nuevo.
Esta novela, ganadora del premio Pullitzer, es un clásico de la literatura norteamericana que ha sido prohibido en varias ocasiones. Fue llevada a la pantalla en 1962, por el director Robert Mulligan y protagonizada por Gregory Peck, también considerada un clásico del cine norteamericano.
El libro trata de un abogado en una comunidad cualquiera del sur de Estados Unidos de América, donde hay un negro (la palabra era usada en ese entonces) encarcelado esperando un juicio por asesinato. Es inocente, pero no importa, el color de su piel lo condena. Suena tan actual, tan de una noticia de este año.
Harper Lee nos habla del racismo inherente de la comunidad caucásica de su país. Con este libro nos narra desde una voz infantil, más o menos libre de prejuicios, los hechos de los que es testigo.
Una niña, Scout, ve como su padre, un abogado de esta comunidad, decide tomar la defensa de un hombre afroamericano que sabe que es inocente. A través de este hecho, la niña se da cuenta de la transformación de su entorno, de cómo los mismos vecinos empiezan a atacar a su antes querida y aceptada familia. Ella no entiende mucho, no entiende lo que no tiene sentido. ¿Por qué los mismos vecinos que antes recibieron la generosidad de su padre ahora los atacan?
Atticus, el abogado y padre viudo, es un hombre que vive con una rectitud laboral intachable, es incapaz de negar la ayuda a un vecino. Trata sobre todo, de criar a su dos hijos de la manera más congruente posible. No es un hombre que guarde la severidad típica de un padre de sus tiempos, no hostiga a su hija con las formas, pero insiste en la bondad, en la ética, en la empatía, en la lógica.
Para poder vivir con otras personas tengo que poder vivir conmigo mismo. La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno.
La novela se sitúa en el sur de Estado Unidos de América, en los años 30, en un pueblo ficticio en el estado de Alabama. Es un pedazo de país que recuerda perfecto la Guerra Civil, y la sigue resintiendo, que además es golpeado duramente por la crisis de 1929. No parece haber cambiado mucho el panorama si consideramos los resultados electorales y la ola de racismo desatadas desde 2016, cuando Trump gana la presidencia. Ahora suman a sus odios y resentimientos a los musulmanes y a los migrantes latinoamericanos.
Scout ve todo con sorpresa, incluso entra a espiar el juicio donde a todas luces su padre, Atticus Finch, demuestra con argumentos la inocencia del acusado. La parte acusadora es una familia blanca pobre, que es un problema en general para su comunidad. No tienen dinero, son groseros, los muchos hijos de esta familia no van ni a la escuela, y nadie en la comunidad está dispuesta asociarse a ella pero ante una elección entre un afroamericano y una familia blanca, la comunidad se alinea con la familia blanca.
El libro tiene tintes autobiográficos, el padre de la escritora también era abogado, y la inspiración proviene de un suceso que sí ocurrió en 1936 cerca del lugar de residencia de la autora.
Esta novela es un pronunciamiento de la autora sobre el racismo, sobre la injusticia, sobre la crueldad de una sociedad. Es muy inteligente narrarlo a través de una niña porque así es imposible cargar al personaje de frases panfletarias. Considerando el año de su publicación y los premios y notoriedad recibida, es impresionante la valentía de decir esto somos, esto sigue ocurriendo, un decreto no cambió los prejuicios y no hemos resuelto el tema. Tenemos que ponerla en su contexto para alcanzar a ver lo relevante del éxito. En ese entonces empezaron a revisarse los temas de racialidad, de desigualdad y se peleaba duramente, sobre todo en los estados sureños, contra el racismo legalizado.
En la actualidad, se sigue viviendo una situación parecida, ni las modificaciones a las leyes ni la insistencia oficial de la igualdad han logrado erradicar el racismo inherente a algunos grupos de la sociedad estadounidense.
El título, que siempre me dejó intrigada, se explica muy bien con la siguiente cita.
Los ruiseñores sólo se dedican a cantar para alegrarnos. No estropean los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar su corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar un ruiseñor.
Y ese es justo el pronunciamiento, que es cruel agredir por agredir, que es injusto ejercer poder solo porque lo tenemos, que no está bien hacer daño sin detenernos a pensar por qué lo hacemos y sí tiene sentido. Pero eso aparentemente es lo que hacemos los seres humanos en sociedad de unos siglos para acá.
Aura Espitia Muñoz Cota